ISBN: 979-13-990286-7-6. Depósito Legal: LE-378-2025,. Tamaño: 155 x 240. Páginas: 196. Impresión: monografía. Encuadernación: rústica con solapas. // Desde la junta de los arroyos quiero hacer referencia a un puesto de caza que para mí fue maravillosos, inolvidable. Pero también quiero hacer referencia a cómo yo escuchaba de niño a las personas mayores de mi pueblo al amor de la lumbre de la chimenea de aquellos lejanos y fríos inviernos, personas de las que aprendí todo en mi infancia, aquella ruralidad que ya no existe. Pienso que escribir un libro es algo personal y, de forma directa o indirecta, aquí participan muchas de aquellas personas, pues con sus historias y relatos yo lleno cuadernos. Justo es recordarlo y agradecerles su generosidad y su grandeza. El autor // Amo la naturaleza porque soy cazador. Soy cazador porque amo la naturaleza. Miguel Delibes
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Índice
• Mis inicios en la caza: una afición ...................................... 13
• Mis inicios en las armas: una pasión ................................. 53
• Trampas. Nieve. Monterías. Recechos. Aguardos. Caza
menor al asalto y en mano ............................................. 65
Lazos ................................................................................. 69
Cepos ................................................................................ 74
Nieve ................................................................................. 77
La montería ....................................................................... 85
Cuadrillas y monterías ...................................................... 89
Recechos .......................................................................... 100
Aguardos .......................................................................... 126
Caza menor ....................................................................... 130
Recuerdos: lances y percances .......................................... 134
Zonas de caza: cotos y reservas ......................................... 174
Reflexiones ....................................................................... 177
San Huberto ................................................................... 187
Mis inicios en la caza: una afición
La memoria me traslada a mi niñez y recuerdo los sembrados que había en el pueblo de patatas, trigo, cebada, garbanzos, lentejas, guisantes, etc., de las vecerías que allí se practicaban, de los rebaños de cabras y ovejas, de los prados y campos repletos de ganado, de la escuela de parvulitos, de
las escuelas de niños y niñas, pues estábamos separados de la preceptoría. Había un molino y algunas fraguas. Teníamos un cura en el pueblo y otro para la preceptoría. Había un maestro y una maestra para las escuelas y otra maestra más para los párvulos.
Ya no queda ni rastro de todo aquello. ¿Qué coño hemos hecho? ¿Qué ha pasado con todo aquello? ¿Tan malo era?
Aunque viva mil años, nunca cambiaría la infancia y niñez que pasé en mi pequeño pueblo por nada del mundo, y siempre, por entonces, me sentía inmensamente feliz. Ni por miles de parques de atracciones ni Burger Kings ni McDonalds cambiaría yo aquellos años.
Ya sabía que en aquellos años por allí la vida era dura, muy dura, sobre todo para nuestros mayores, que intentaban domesticar las duras tierras y recogían sus frutos. Les curtió sus rostros el sol y marcó con su tatuaje el viento.
Nunca he podido olvidar la grandeza de aquellos hombres y mujeres, nuestros mayores.
Pero los niños vivíamos aquellos años de otra forma. Salir del pueblo a principios del verano para recoger fresas por la orilla de los caminos, bañarnos en los ríos, subir a Valdesina, Rijosas o a la Tierra de los Novios a coger arándanos. A finales del verano, andrinos, moras, etc, etc., ¡qué
buenos estaban!
Algunas veces, cuando nuestros padres castraban las colmenas, les acompañábamos para que nos dieran algún trozo de panal para chupar la rica miel, y no era raro que volviéramos con alguna picadura de abejas. Las cerezas del tío Martín, las manzanas agostizas de Quico y el tío Valentín, los perucos que había detrás de la casa de Cruz y que eran de Virgilio, las ciruelas claudias de la tía Rafaela, cuando yo todavía era un renacuajo me esca
paba hasta el barrio la Vega, a casa de la tía Ricarda para que me llenara los bolsillos de avellanas que, luego, cascaba con dos piedras; y mis padres y todo el barrio buscándome.
Cuando llegaba el otoño con sus colores, miraba y lo contemplaba desde la Mata o desde la cruz del Tollo. Veía mi pequeño pueblo, oía cantar a los pajarillos que se preparaban para la llegada de un nuevo invierno.
¡Qué triste está todo en otoño! Los días son cada vez más cortos y más oscuros, con la caída de las hojas de los árboles, todo parece morir.
Pero, enseguida, pensaba en lo bonito que es todo esto, y que con la llegada de una nueva primavera todo volvería a florecer y renovarse.
Lo bueno que sería no envejecer nunca y, durante años y años, caminar con el rifle a cuestas a través de valles y montañas, y descubrir nuevos sitios y lugares, y, al caer la tarde y llegar la noche, descansar junto a una hoguera en una tienda de campaña sobre la hierba fría y cubierta de rocío escuchando los sonidos de la noche.
¡Qué bonito y qué hermoso es este mundo que florece y se renueva cada primavera!
Y así, a la vez, pensaba y aparecía mi pasión, mi sentimiento.
Lo mejor no es cazar, lo mejor es estar cazando.